El presidente de Evópoli escribe en su columna sobre la reforma al sistema político y electoral. “Si no actuamos ahora, corremos el riesgo de que el malestar social se canalice por vías autoritarias o caóticas”, advierte.
Chile necesita un sistema político que funcione: que represente con legitimidad y resuelva con eficacia. Hoy, con un Congreso excesivamente fragmentado y una ciudadanía que desconfía profundamente de sus instituciones, ese sistema está en crisis. Si no actuamos ahora, corremos el riesgo de que el malestar social se canalice por vías autoritarias o caóticas. La reforma en discusión en el Congreso es un paso urgente para recuperar la confianza, fortalecer la democracia y volver a una política que sirva a las personas.
La desconfianza en la política no es solo un síntoma, es parte de la enfermedad. Según la última encuesta CEP, de cada 100 personas, solo tres confía en un partido político y apenas ocho en el Congreso. Esta desafección no puede dejarnos indiferentes, porque el sistema político —partidos y Congreso— tiene la responsabilidad de procesar nuestras tensiones y construir un horizonte común. Cuando ese sistema falla, el orden social se impone por la fuerza o el caos. Nadie quiere eso.
El sistema político tiene dos funciones: representar y resolver. Hoy, en ambas, los resultados son pobres. Frente a reformas importantes pero controvertidas, como la de pensiones, el Congreso puede tardar más de una década en decidir. Uno de los factores clave tras esta parálisis es la fragmentación: con más de 18 partidos en el Congreso, los acuerdos se vuelven casi imposibles.
Un sistema que no resuelve, tampoco representa con legitimidad. En ese vacío surgen caudillos de izquierda y derecha con discursos antisistema, que ofrecen soluciones rimbombantes pero inviables.
Este no es solo un fenómeno chileno. La globalización ha hecho que los grandes problemas trasciendan fronteras, mientras que el Estado-nación no puede resolverlos por sí solo. El control de una pandemia, por ejemplo, depende tanto de nuestras decisiones como de lo que ocurra en otros países. Lo mismo ocurre con el cambio climático, la economía o la migración. Nuestro margen de acción es limitado, pero las expectativas siguen depositadas en nuestras instituciones.
A esto se suma la irrupción de las redes sociales, que han desintermediado la política. ¿Para qué tener representantes si puedo opinar desde mi celular? La lógica del algoritmo está reemplazando al diálogo.
Frente a este escenario, pongamos el foco en lo que sí podemos controlar. Las reglas del sistema político dependen de nosotros. En Evópoli creemos que una democracia liberal requiere instituciones que fomenten el diálogo y la cooperación, no la fragmentación. Lo vimos en los mejores 30 años de nuestra historia reciente: fue posible avanzar porque hubo voluntad de acuerdo, pero también porque el Congreso tenía menos de la mitad de los partidos que hoy lo componen.
La reforma que apoyamos establece un umbral del 5% de los votos para que los partidos mantengan representación parlamentaria. Esta medida reduciría la fragmentación. Si se aplicara hoy, pasaríamos de 18 a 10 partidos. Aunque Evópoli podría ser uno de los afectados, creemos que vale la pena dar esta señal: el buen funcionamiento del sistema está por sobre los intereses individuales.
Reformar el sistema político no resuelve todos nuestros problemas, pero sí puede ayudarnos a recuperar la confianza y a que el Congreso deje de ser sinónimo de inmovilismo. Es un paso necesario para que la política vuelva a cumplir su promesa: representar y resolver. Como dicen los montañistas japoneses: si quieres llegar a la cumbre, pon la mirada en el siguiente paso. Este es uno de ellos.