Las elecciones son un elemento central de la democracia, pero no son la democracia en sí. La expresión más concreta de la autodeterminación es la generación de autoridades mediante sufragio universal, y es el momento en que los pueblos expresan de manera directa su juicio respecto del quehacer de sus representantes. Los que pierden, tienen el deber de sumarse, desde su posición u oposición, a la tarea colectiva y permanente del desarrollo de la sociedad. Los que ganan, tienen el deber de hacer sus mejores esfuerzos en cumplir sus compromisos.
Después del ejercicio electoral viene, entonces, la política: el arte de gobernar, el arte de lo posible, todo ello con miras al bien común. Y es ahí donde la democracia tiene otra faceta: la de la participación, negociación, disensos y acuerdos. La elaboración de las leyes se basa en el constructo de la democracia representativa, y el ejercicio de la función Ejecutiva se ve legitimado por esta misma noción. Jueces, Ministros, Subsecretarios, Fiscales, Contralores Generales, Consejeros del Banco Central, Directores de Empresas Públicas, Jefes de Servicio y otros tantos personeros ejercen sus atribuciones y responsabilidades investidos de la autoridad y la dignidad de sus cargos, provenientes del poder democráticamente constituido. Todo un sistema que responde al soberano que es la nación.
Todo este equilibrio descansa en la observancia de la institucionalidad y el estado de derecho, al amparo de valores capitales como la libertad y el respeto a la persona. A veces se nos olvida esta simple estructura, construida con el aporte de los liberales del Siglo XIX y de los distintos actores que nuestra historia ha ido pariendo en su devenir.
Impera la idea que la política se trata sólo de ganar elecciones, y que el deber del demócrata es fundamentalmente vencer a su oponente. La política no es un mero ejercicio de poder, es una obligación de servicio. Requiere, además, que se practique con una rigurosa ética, más allá del discurso, que fluya como algo normal y no como algo excepcional. Es triste que hoy nos sorprenda la decencia o el diálogo, sobre todo cuando los peores momentos de la historia de Chile han sido cuando nos hemos dejado llevar por la violencia, el fundamentalismo o los resquicios que vulneran la institucionalidad, con quiebres aún difíciles de recomponer.
Cuidar la democracia es un imperativo para todos los sectores políticos. La base de nuestra coexistencia social está ahí, más allá de a quien le corresponda el turno de resguardarla.
Juan Carlos González,
Secretario General, Partido Evolución Política