Resultaría presuntuoso atribuirse la creación de una “nueva derecha”, concepto que, de tan manoseado, finalmente, ha perdido tanto su relevancia como su frescor. Como bien observa Bobbio, es probable que la “derecha” solo exista, en la práctica, como un significado relativo puesto en contraposición a lo que representa la “izquierda” en las distintas partes del planeta. Es posible, por supuesto, encontrar algunos elementos más universales al sector: la promoción de las libertades individuales, el respeto por la propiedad privada, el libre mercado y la supremacía de la ley. A partir de este somero examen podríamos hacer algunos matices de carácter local. Sin embargo, sería erróneo, como comúnmente se hace, plantearlos en el eje conservador-liberal ya que, habiendo sido los vectores principales del sector en los últimos 200 años, han terminado por hacerse indistinguibles, salvo por su mayor o menor cercanía con el clero durante su historia.
Vale la pena, entonces, remitirse a la verificación de su representación en el territorio en respuesta a los cambios sociales y culturales ocurridos en el país en los últimos 50 años. Veamos. A raíz de los desastrosos resultados para la derecha en la elección de 1964 -solo quizás equiparables a los de 2013- y la inminencia del proyecto de la UP, se crearía un gran partido único de derecha con la fusión de los partidos Liberal y Conservador y la suma de los restos del Frente Democrático y la derecha agraria.
Claramente ello respondía a la emergencia de la izquierda en plena Guerra Fría con el “éxito” cubano como modelo a replicar en Latinoamérica con la venia y financiamiento soviéticos por apoyo. Aquel proyecto, si bien formalmente duró hasta 1973, luego prosiguió hasta transformarse en aquello que hoy conocemos como RN articulando durante más de 40 años a la derecha, tanto en los acuerdos que condujeron a la transición, como posteriormente en democracia. Casi paralelamente, desde las aulas de la UC y liderado por la figura de Jaime Guzmán, se comienza a gestar el movimiento gremial que devendría lo que hoy conocemos como la UDI, que no solo nutrió a las estructuras profesionales del gobierno militar, sino que transformó la defensa del modelo de la Escuela de Chicago, artífice del crecimiento que partir de 1986 experimentó el país, y de la Constitución de 1980, en objetivos políticos.
Ambos partidos surgen, entonces, desde la reacción a momentos históricos anclados en la Guerra Fría y el anticomunismo y remiten a la obra del gobierno militar, desarrollando vida partidaria y de representación popular con relativo éxito durante los últimos 30 años, llegando a ser gobierno en 2010 con Sebastián Piñera.
Con el advenimiento de dicho gobierno es convocado un grupo de profesionales jóvenes que, con filiación a las ideas de la derecha, pero sin proveniencia política partidaria conocida, pasa a integrar sus filas. Sea por el sesgo generacional o bien por la necesidad de abordar los temas propios del nuevo estado de desarrollo del país, forman un movimiento en 2012 cuyo objetivo expreso es renovar el sector y establecer un diálogo contemporáneo con un nuevo Chile de clase media, poniendo énfasis en materias de justicia social y en la defensa de las libertades de las personas.
Así, luego de casi 30 años surge un nuevo partido político en el sector: Evolución Política. Ciertamente, Evópoli se ha transformado hoy en un actor relevante. Ha obtenido una votación y representación parlamentaria equiparable a la del tradicional PC, se ha constituido en un jugador unitario de una coalición como es Chile Vamos. Pero más importante que lo anterior, se ha preocupado por ejercer un rol de formación y difusión de una sociedad basada en el mérito, el esfuerzo personal y la libertad, acogiendo a los jóvenes que constituirán la cantera de renovación de ideas en un sector que tanto necesitaba ponerlas en discusión. Y eso, indudablemente, lo hace nuevo.
Columna La Tercera