Gloria Hutt: la ruta de la maternidad de la ministra

Gloria Hutt: la ruta de la maternidad de la ministra

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Los tres hijos que tiene Gloria Hutt, la ministra de Transportes y Telecomunicaciones, llegaron por vías distintas. A la primera la tuvo de forma biológica, a la segunda la adoptó en Valdivia y al tercero lo adoptó en Santiago. Aquí, las reflexiones de esta mujer cuya historia transformó su visión de vida.

Gloria Hutt armó un bolso para ir a recibir a su hija de 17 días. Puso un osito, un par de pañales desechables, un chal y una mamadera, y partió a tomar el tren nocturno que salía de Santiago hacia Valdivia, junto a su marido Felipe Cossio y su hija Bernardita, quien en ese entonces tenía 10 años. Faltaban 4 días para la Navidad de 1987 y varias horas de trayecto para encontrarse con la jueza que les indicaría quién era su hija. “Hay dos guagüitas. Si quieren, pueden ir a conocerlas a ambas”, les dijo cuando se reunieron.

“Mejor díganos usted cuál es nuestra hija”, respondió Felipe, el marido. “Porque si las vemos a las dos, nos vamos a llevar a las dos. Confiemos que el Espíritu Santo la ilumine y usted nos mande a la que es nuestra hija”.

A los brazos de Gloria Hutt llegó Teresita, una pequeña guagua que había nacido en Futrono: tenía unos tremendos ojos negros, y la ministra cuenta que era tan peluda que en sus cachetes sus vellos formaban remolinos. “Fuimos a buscarla a una casa de colocación y, cuando me la pasaron, la sentí mía de inmediato. No tuve ninguna duda, era mi guagua. A pesar de ser tan chiquitita, transmitía entusiasmo y así ha sido ella siempre”, recuerda. Entonces, le dijeron que la ropa que llevaba la niña debía dejarla, que era del lugar. “Así que la recibí desnuda, y me pareció que era un verdadero nacimiento. Menos mal que llevaba una tenida en mi bolso”, dice. Lo que no tenía en el bolso, eso sí, era leche. Y eso hizo que el viaje de vuelta –cuenta Gloria Hutt (63), la ingeniera civil que hace un mes se hizo cargo de la cartera de Transportes y Telecomunicaciones– fuera no solo emocionante, sino divertido. “Tuve que mandar a mi marido a que recorriera todo el tren preguntando quién tenía leche en polvo, y no encontró. Cuando el tren se detenía, él se bajaba corriendo para ver si podía comprar. Hasta que al final se consiguió leche de caja en el comedor del tren y eso fue lo que tomó Teresita”. Ese día llegaron a Santiago los cuatro y comenzó otra vida.

Gloria y Felipe se habían casado en diciembre de 1976, cuando ella tenía 22 y él 25. Tres meses después recibieron en sus manos dos informes: uno que confirmaba un embarazo de ella y otro que diagnosticaba un cáncer testicular de él. “Yo estaba estudiando y pasaba todo el día corriendo. Del campus San Joaquín, al departamento, al hospital. Tuve síntomas de pérdida y el doctor me dijo que tenía que bajar el ritmo, que tenía que cuidar este embarazo. Porque no íbamos a poder tener más hijos por el tratamiento que se le haría a mi marido”, cuenta. Una vez que Bernardita nació, se fueron a Estados Unidos los tres. Como Felipe era militar, el Ejército le pagó el tratamiento contra el cáncer en el Hospital Militar de Estados Unidos. Un año estuvieron allá, pasando los días entre el hospital y un pequeño departamento, hasta que el cáncer se dio por superado. Volvieron a Chile, Gloria retomó la carrera y Felipe entró a la Academia de Guerra. “Pero mi marido quedó con una debilidad en el aparato respiratorio, así que pasamos varios años entre que amanecía medio resfriado y en la noche estábamos con él con neumonía en el hospital. Fue súper duro. Mientras tanto yo seguía estudiando, y tenía a mi hija chica”.

¿Cuándo se plantearon la adopción? 
Desde que pololeábamos decíamos que nos gustaría tener 3 o 4 niños. Por eso, cuando supimos que no podríamos tener más hijos, siempre estuvimos de acuerdo en que adoptaríamos. Pero uno siempre tiene la excusa para no lanzarse, porque está estudiando, o por cualquier cosa. El momento exacto fue cuando celebramos el cumpleaños número 10 de Bernardita, un sábado de noviembre, en 1986. Al lunes siguiente estábamos postulando.

¿Cómo trabajó su apego con Teresita, su segunda hija?
Es que todo depende de la mentalidad con que se adopta. Porque si tú sientes que esa es tu guagua, no haces un esfuerzo especial. Hice lo mismo que había hecho con la Berni. Todo fue muy natural. Mis hijos adoptivos son tan hijos como mi hija biológica. Si hubiera tenido solo hijos adoptados, tal vez, me habría quedado con la duda de si uno siente lo mismo o no.

¿Y se siente lo mismo, entonces?
Es tan idénticamente igual, tan igual, que a mí hasta se me olvida.

Algunas madres adoptivas dicen que el destino siempre interviene en la adopción. ¿Usted lo cree?
Definitivamente sí. Hay chispas mágicas cuando sientes que es esa tu guagua y no otra.

¿Qué es lo peor que le pueden decir a una madre adoptiva?
Que la adopción es un acto de caridad, porque no lo es. Entiendo cuando la gente me comenta: “Oye, qué lindo lo que ustedes han hecho”, lo recojo con cariño. Pero no es ese el espíritu de adoptar. Es formar una familia. Que esos niños tengan una familia y que nosotros tengamos una familia. Es la misma necesidad de maternidad que se resuelve de una manera distinta. Pero no es otra maternidad. Es idénticamente igual.

¿Haber adoptado hizo que su vida fuera mejor?
Absolutamente. Más hijos generan más diversidad en la familia. Cada uno es un universo y eso me encanta. La vida familiar se enriquece con más hijos. Y ellos son muy entretenidos.

¿Cómo son sus hijos?
Bernardita, quien tiene 40, es muy creativa. Es diseñadora gráfica y con ella comparto la afinidad por el arte y las manualidades. Tiene tres hijos y siempre inventa cosas para ellos. La Tere, de 30, es cocinera, canta precioso y es totalmente social en toda la extensión de la palabra: de vida social, pero además de acción social. Felipito es una mezcla entre sensible y racional, bien analítico. Tiene 25 y compartimos el saber científico. Él venía de una población con dramas sociales en Santiago, y hoy estudia ingeniería en el Politécnico de Zúrich. Entonces, tú ves que hay talentos inmensos que se pierden por los prejuicios, por la falta de oportunidades. En ese sentido, tuve algo así como una epifanía.

¿Por qué?
Entre el año 2000 y 2002 me tocó viajar mucho a Estados Unidos. Trabajaba para concesionarias, haciendo estudios de tráfico. Una de ellas era la Autopista Central, cuando estaban emitiendo los primeros bonos para financiar, y yo debía ir a presentar los riesgos de tráfico a Nueva York. Y, cuando entraban los equipos top de financieros, veía que aparecía gente de muchas razas, colores y orígenes diversos. Y en Chile, cuando me reunía con los financieros, era un tipo muy homogéneo. Ahí fue cuando pensé que a mis hijos los tendría que sacar del país para que dieran todo su potencial, lo que es muy penoso. Chile ha ido cambiando la mentalidad, pero todavía quedan ámbitos donde hay prejuicios de color de piel, de origen.

¿Cree que a sus hijos los podrían haber discriminado si se quedaban en Chile?
Creo que podrían haber visto más limitado el potencial de sus talentos. Nunca se han quejado de discriminación. Se educaron en el Colegio Suizo de Santiago, en un ambiente muy abierto y eso los fortaleció mucho. Pero creo que en Chile aún hay barreras que en otros países no existen. Por eso los he empujado a desarrollarse viviendo fuera de Chile por tiempos largos.

¿Alguna vez ellos quisieron buscar a su madre biológica?
No. Lo hemos conversado, pero los dos dicen que no ven qué sentido podría tener, porque sienten que esta es su vida, esta su familia, no sienten que haya ninguna necesidad.

Cuando mira hacia atrás: ¿qué fue lo más difícil de adoptar?
Hubo una parte difícil, pero que se resolvió rápido. Nosotros con mi marido, un poco malévolamente, le preguntábamos a mi mamá y a mi suegra qué opinaban de que adoptáramos. Y las dos, de la generación que son, decían que no, porque los niños adoptados pueden tener algún problema. Eso duró hasta que vieron a la guagua, y ahí se derritieron.

Si le pidieran su opinión para modificar la Ley de Adopción: ¿qué diría?
Sería muy importante que el proceso fuera más simple. Y también facilitar adopciones en familias no tradicionales. Creo que aquí lo que manda es el bienestar de los niños. Y hay tantos niños que, con el soporte adecuado, pueden florecer. Florecer literalmente. Es imperdonable que por temas burocráticos, por proteger algo que no está muy claro qué es, eso se limite.

¿Está de acuerdo con la adopción homoparental?
Sí, y es mi opinión estrictamente personal. Porque si uno antepone el bienestar del niño y es capaz de entender formas de amor distintas o no tradicionales, que son capaces de darle al niño este soporte, yo creo que no hay porqué limitarlo. En eso rompo esquemas convencionales.

Es un tema polémico en su coalición.
Pertenezco a Evópoli, donde estos temas están bastante presentes. Antes yo tenía visiones distintas, hasta que empecé a conocer casos y hablar con la gente directamente. Casos de parejas de homosexuales que podrían perfectamente criar muy bien un niño. Que tienen la base de valores, la capacidad de afecto, la sutileza, la calidad humana. Creo que hay mucho que se habla desde el prejuicio y que si uno invirtiera más tiempo en conocer esos casos y entenderlos, sería distinto.

Fuente: PAULA 

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