Por Luciano Cruz-Coke, diputado Evópoli. La Tercera
Que la ciudadanía perciba que el Congreso es una institución poco representativa es un problema mayor para nuestra democracia.
La llegada al Congreso de un número importante de parlamentarios elegidos con bajísimos porcentajes de votación ha acentuado los problemas que aún arrastra nuestro sistema electoral que permitió dejar en el camino a candidatos que podían incluso quintuplicarlos en votos dentro de una misma coalición.
El problema de la denominada “bancada del 1%” no afecta exclusivamente a una alianza o a partido político en particular, sino que se encuentra bastante repartido.
Si bien el sistema proporcional D’Hont que reemplazó al binominal incorpora la representación parlamentaria de grupos minoritarios, dándole mayor diversidad al Congreso –lo que implica, naturalmente, que candidatos con altas votaciones puedan ser superados por uno arrastrado-, la reforma de 2015 agregó una segunda cifra repartidora por partido político al interior de cada lista que constituye una anomalía en los sistemas electorales proporcionales a nivel internacional.
Lo anterior produjo, por ejemplo, que en la última elección senatorial de Valparaíso una candidata de Chile Vamos quedase fuera teniendo casi cinco veces más votos del actual senador en ejercicio de su misma coalición. O que en el Distrito 10 de la Región Metropolitana, un candidato del Frente Amplio quedase fuera de la Cámara pese a haber multiplicado por casi seis veces los votos de la segunda candidata “arrastrada” y por cinco los votos del primer “arrastrado”, siendo decisiva la ingeniería electoral previa para escoger quienes iban dentro del subpacto de privilegio.
Lo anterior, entre otros ejemplos, debe llamarnos a realizar ajustes que atenúen las diferencias que son de difícil comprensión para una ciudadanía culturalmente acostumbrada a votar por personas y que son aún menos justificables cuando estas aberraciones se producen al interior de coaliciones que se supone representan corrientes políticas afines.
La sola eliminación de la segunda cifra repartidora, aquella discrimina por partido dentro de cada coalición, permitiría que lleguen al Congreso los candidatos con más votos en orden de mayor a menor de cada coalición, eliminando la ingeniería de cupos entre partidos de una misma lista, alentando la formación de coaliciones estables en el tiempo e incentivando la designación de los candidatos más competitivos, permitiendo aumentar la cantidad de votos por lista, asunto deseable en un país en el que participa menos del 50% del padrón electoral.