Siempre vale la pena, al menos como un ejercicio reflexivo, analizar cuáles fueron las razones detrás del magro ciclo económico que Chile ha vivido estos últimos años. Personalmente creo que dejó de manifiesto que no estamos tan bien preparados como pensábamos para hacer frente a un fuerte shock externo real, que sin duda fue potenciado ampliamente por la incertidumbre que introdujeron la serie de ambiciosas reformas que el actual gobierno implementó, más allá de sus errores de diagnóstico e implementación. Algunos estarán de acuerdo, otros pensarán que las razones más relevantes fueron externas o viceversa, pero como sea, creo que es hora de dar vuelta la página y cambiar el giro de la discusión.
Es claro que las condiciones externas hoy lejos de ser un lastre para el crecimiento de nuestra economía tienen la potencialidad de ayudar a una pronta recuperación. A eso se suma la oportunidad que siempre da un ciclo electoral al obligarnos a pensar en un plazo algo mayor respecto de las políticas públicas.
Aprovechando lo anterior, estoy convencido que la pregunta que debemos hacernos, al menos en el plano económico, es qué modelo de desarrollo queremos para Chile. Una alternativa es seguir explotando o mejorando en el margen la estructura actual, que sin lugar a duda cambió nuestro país y lo transformó en uno de ingresos medios por primera vez en su historia, pero que se encuentra agotado en muchos aspectos y ha sido incapaz de adecuarse a la nueva realidad de nuestra sociedad. Otra es seguir pensado en el modelo fallido y anacrónico de la izquierda refundacional, que basado en una visión materialista del hombre y de la historia sin duda fallará nuevamente en proveer de respuestas adecuadas.
Existe también una tercera alternativa, que implica una renovación de rostros, ideas y métodos, sin desconocer ni la historia ni los lineamientos fundamentales que han permitido que Chile se haya desarrollado como pocos países en los últimos treinta años. Una renovación que sin complacencia se vuelta a preguntar qué estructura económica queremos y para qué la queremos. Que vuelva a poner a la persona en el centro de la discusión y que vea al crecimiento como una consecuencia de una visión más amplia del hombre y la sociedad, y no como un fin.
Una renovación que nazca de la reflexión, conducida por la búsqueda del bien común y la dignidad propia de cada hombre y mujer que constituye nuestra nación. ¿Estamos dispuestos a dar vuelta la página, a hacernos nuevas preguntas y cruzar otros puentes? ¿O nos quedaremos en más de lo mismo? Esta, creo, es la cuestión más relevante tenemos que hacernos, y el momento es hoy.