Columna: «Un solo Chile» por Felipe Kast

Columna: «Un solo Chile» por Felipe Kast

En los últimos días hemos visto diversas críticas al Museo de Cera. La gran mayoría de ellas injustas y superficiales, probablemente buscando dañar la imagen del alcalde.

Sin embargo, existe en todo esto una dimensión más profunda que sí vale la pena reflexionar. ¿Es correcto, y justo, que algunos municipios puedan construir un museo de cera, mientras muchos otros administran pobreza, y apenas logran pagar los servicios básicos de sus comunas? ¿Cómo construimos ciudades justas? ¿Cómo hacemos para que vivir en el mundo rural no signifique vivir en pobreza? ¿Cómo, en definitiva, avanzamos en igual ciudadanía, para que, más allá de las legítimas diferencias de ingresos, tengamos una cancha pareja en las comunas y barrios que habitamos?

Si queremos hablar en serio de la descentralización, y de justicia territorial, debemos comenzar por entender lo que ocurre en nuestras comunas. Una comunidad que no se siente parte de una igual ciudadanía es el caldo de cultivo para las capturas y las aspiraciones populistas que minan la democracia liberal. Esta es una reflexión que venimos trabajando desde hace tiempo en Evópoli, con la ayuda del Centro de Estudios Horizontal.

¿Qué tan significativas son las diferencias de recursos en las distintas comunas? Lo Barnechea tiene 46 veces más guardias municipales que La Pintana, pero la mitad de delitos. Las Condes (300 mil habitantes) cuenta con el doble de recursos que la Intendencia de Santiago para toda la Región Metropolitana (7 millones de habitantes). A nivel nacional, el 10% de las comunas con mayores recursos disponen de $1.080.000 por habitante, mientras que el 10% de las con menos ingresos cuentan con $146.125 por habitante. Desgraciadamente la oferta privada no es muy distinta; Las Condes tiene 166 bancos, 92 farmacias de cadena, 30 supermercados y 120 locales de comida rápida. Lo Espejo tiene un banco, dos supermercados y cero locales de comida rápida.

De acuerdo a cifras oficiales del Índice de Desarrollo Humano (IDH), en Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura, este índice es superior al de Alemania, mientras que para Carahue y La Pintana es similar al de Nigeria. En municipios de altos ingresos es posible encontrar drones, globos de seguridad, guarderías para perros, chips en los árboles y buses eléctricos gratis. Por el contrario, en los municipios de bajos ingresos -muchos de ellos en La Araucanía- , miles de familias viven sin agua potable ni alcantarillado; niños en salas de clases sin calefacción, y consultorios sin medicamentos para adultos mayores. En 2018, en la comuna de Renaico, solo cuatro estudiantes obtuvieron más de 400 puntos en la PSU.

Dos Chiles, con la misma bandera, que no conversan.

Esta regresividad en el financiamiento municipal choca de frente con un elemento central del pensamiento liberal: la focalización del gasto en quienes más lo necesitan. Los recursos públicos son escasos y, por lo mismo, deben ser celosamente priorizados en urgencias sociales. Desgraciadamente en el mundo municipal ocurre justo lo contrario: el gasto público llega en mayor medida a quienes menos lo necesitan, y en menor intensidad a los sectores que más lo requieren. Esto no solo es injusto, sino también ineficiente, pues aumenta el tamaño del Estado en forma innecesaria. En la actualidad las comunas con mayores ingresos obtienen la mayoría de sus recursos cobrando altas contribuciones, que es una doble tributación, y que genera un problema de liquidez a miles de adultos mayores.
Hoy nos encontramos en medio de un debate por reformas institucionales, incluida una reforma tributaria, mientras que en paralelo avanzamos en el proceso de descentralización política del país, y lo hacemos sin atender y sin enfrentar adecuadamente la dimensión fiscal del problema. Es difícil pensar en un mejor momento para impulsar una reforma estructural que nos permita cambiar el rostro de los gobiernos locales en cada rincón de Chile.

Es posible construir un país donde Padre Las Casas, Vitacura y Alto Hospicio, tengan las mismas posibilidades de generar barrios y ciudades de calidad, respetando la pertinencia local. La pobreza de Copiapó es completamente distinta a la de Cholchol, y hoy no existe espacio para innovar. Es urgente construir una cancha pareja, y debemos hacerlo nivelando hacia arriba. No haciendo más pobres a Las Condes, Santiago, Vitacura y Lo Barnechea, sino trasladando recursos desde el nivel central al nivel local.

El localismo en Chile todavía se encuentra en pañales; solo el 15% de los recursos públicos son manejados por los gobiernos locales, mientras que el promedio de la OCDE es más del doble, cerca del 40%. Una reforma estructural como esta, acompañada de un combate frontal a la corrupción a nivel municipal, cambiaría de manera definitiva la capacidad de recuperar la confianza en la política y en la democracia.

Revisa la columna de Felipe Kast aquí

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