Columna de Ignacio Briones: Piel de Cristal

Columna de Ignacio Briones: Piel de Cristal

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La “piel de cristal” es una extraña y dolorosa enfermedad: una frágil e hipersensible piel que, ante el más mínimo roce, deriva en lesiones. Sin cura, la única forma de evitar las heridas sería vivir en una burbuja aséptica, aislado de todo contacto. Lamentablemente, puede que esta enfermedad no sea privativa del ámbito médico. Una creciente hipersensibilidad de piel a opiniones “ofensivas” empieza a recorrer la discusión.

Bajo la noción de “espacios seguros”, hemos empezado a construir nuestra propia cámara de inmunización a las ideas que desafían lo políticamente correcto. Se trataría de proteger a ciertos grupos de expresiones que pudieren resultarles lesivas. La lista de sensibilidades a proteger puede ser vasta: religiosas, de género, sexuales, raciales, animalistas o medioambientales, por nombrar algunas.

Por valiosas que puedan ser estas causas, exigir poder de veto sobre las opiniones del resto atenta contra la libertad de expresión, esencia de una sociedad abierta y pluralista. Si determinado grupo logra veto para su causa, ¿con qué argumentos negárselo a otro que, desde su sensibilidad de cristal, reclama lo suyo? La multiplicación del proceso solo puede conducir hacia una sociedad aséptica y protocolarmente banal. Una en la que el juicio previo, o sea el prejuicio, se sustituye al pensamiento crítico.

Esta epidérmica clausura del debate olvida que buena parte del valor de la libertad de expresión radica en su poder subversivo. En su capacidad de desafiar e incomodar a las verdades reveladas, al status quo y a la opinión pública. Sin incomodidad no habría avance en el conocimiento.

Por esto mismo, no deja de ser irónico que un epicentro del fenómeno sea la universidad, templo del pensamiento crítico y de la libertad de expresión. En EE.UU., ello ha comenzado a comprometer la libertad de cátedra y la calidad académica. Y si a través de la “funa” se ha hecho habitual restringir la expresión de actores políticos y sociales “incómodos”, la censura de libros, algo propio de la Inquisición, increíblemente también empieza a aparecer. Ha ocurrido con Mark Twain por resquemores raciales y con otros clásicos de la literatura americana por herir otras sensibilidades. ¿Cuánto pasará antes de ir por Nietzsche y sus ofensas al cristianismo, Aristóteles y su defensa de la esclavitud o Platón por la de la eugenesia o postular la inferioridad de la mujer?

En Chile, no nos quedamos atrás. Al alero de loables peticiones por igualación de derechos y expansión de libertades, también surge la tentación del veto. Vaya contradicción. ¿Cómo entender que justificadas demandas feministas se vistan de llamados a la salida de profesores que contrarían sus opiniones, o el exigir, sin más, la modificación de currículos y bibliografía de cursos para alinearlos a sus causas? Y ni hablar de las tomas, otra forma de veto que renuncia a la razón y la remplaza por la fuerza, lesionando el derecho y libertad de otros a estudiar.

El mal de la piel de cristal ronda en el ambiente. Y con él, el riesgo de comprometer la libertad y de encapsularnos en una aséptica burbuja de relaciones banales.

Fuente: La Tercera.

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