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Acotar solo a la agresión material la violencia contra las mujeres, podría ser una solución reduccionista; una forma inaceptable de simplificar un drama. Incluso, plantear su completa erradicación desde esa mera perspectiva, podría resultar insuficiente. Entender que solo los golpes materiales sobre el cuerpo de una mujer agotan el arsenal de la violencia, resulta tan o más violento aún.
La violencia contra la mujer es progresiva, es la suma de muchas acciones aisladas. Comienza desde la vereda donde transitan los hombres de cualquier edad y condición socioeconómica dispuestos a vulnerar a las mujeres mediantes pequeñas muestras de desagrado, como esas miradas inquisidoras que castigan el error nimio, como servir la sopa tibia o no llegar a la hora a una cita con el pololo; una seguidilla de demostraciones de mala educación, que día a día adquieren un hedor que se hace tan evidente, innegable e insoportable que deviene en el gesto torvo explícito.
“No lo dejes pasar” es el nombre de la campaña educativa con la que nuestro Gobierno sale al paso de una realidad ancestral, y por tanto, tenida como correcta y normal por nuestra sociedad. “Él te pega porque tiene derecho a hacerlo, es tu marido”, es la horrible sentencia que vio transitar a nuestras abuelas y madres por matrimonios más parecidos a Vía Crucis que a una vida familiar armónica; unas vidas colmadas de maltratos y vejaciones que hoy nos resultan inaceptables e inexcusables, no obstante que en la actualidad muchas mujeres siguen padeciendo ese calvario. Vidas inllevables que condujeron a sus víctimas a una convicción horrible y aberrante: “Qué le voy a hacer si él es el padre de mis hijos”, decían ellas frente a su realidad económica dependiente. Época de salvajismo que las actuales generaciones estamos llamadas a condenar a las páginas vergonzosas de la historia de la civilización humana, por haber concebido a la mujer como un objeto-mascota, al que se podía castigar hasta la muerte, sin purgarlo como delito o pecado.
La cosificación de la mujer no partió desde las pasarelas, ni desde la publicidad, está ligada a los orígenes de la humanidad, cuando a ellas se les asignaron las tareas menores, como la preparación de alimentos y la crianza de los hijos. Durante 2017 en nuestro país 44 mujeres fueron asesinadas en el contexto de una relación de pareja actual o pasada, mientras que otras 115 lograron salvar sus vidas; hasta el 7 de noviembre de este año, 31 mujeres han sido asesinadas por sus cónyuges o parejas. En lo que va de año, nuestra región de Aysén no registra muertes por esta causa, sin embargo, entre 2013 y 2017 cinco mujeres perdieron la vida a manos de sus cónyuges o parejas.
Asesinatos deleznables como cualquier otro. Aun cuando recientes modificaciones al Código Penal agravan el delito de parricidio, cuando este se comete en contra de la mujer dentro de una relación de pareja, connotándolo como “femicidio”, este término podría resultar eufemístico, toda vez que relativiza el delito de homicidio o crimen. Hablar de femicidio, en vez de parricidio o asesinato, puede ser entendido por algunos hombres como algo menor, como una forma de “castigo” y no de muerte de una mujer.
Ya no es posible dejar pasar el primer gesto de violencia contra las mujeres, por incipiente o “inocente” que nos parezca, como una mala mirada que será seguida por un grito o un zamarreo del pololo contra una jovencita; incluso debemos desarticular esa agresividad atrincherada de la que muchos varones se sienten empoderados frente a la impotencia que les producen los liderazgos políticos que asumen las mujeres en ámbitos públicos o privados. Ya no es tolerable que las mujeres estemos obligadas a cruzarnos en la línea de fuego de quienes siempre están dispuestos a desatar su misoginia anacrónica con tal de validarse como machitos de voz aguardientosa.
El Presidente Sebastián Piñera ha dicho que debemos propender hacia una sociedad con una cultura de tolerancia cero contra todo tipo de violencia, discriminación o acoso contra las mujeres; por ello, nuestro Gobierno le otorga máxima urgencia al objetivo de igualar los derechos y obligaciones entre hombres y mujeres, eliminando todo tipo de discriminación arbitraria y violencia contra la mujer.
El maltrato es acumulativo, es una escalada; una progresión que podría ser irreversible. Como madre y autoridad jamás permitiré ninguna forma de agresión desde el mundo masculino. Debemos estar alerta frente a cualquier atisbo de violencia verbal, psicológica, laboral, social o de pareja, incluso, entre mujeres. La violencia no es una cuestión de género contra género, puede darse entre mujeres que deciden compartir sus vidas y hogares.
Fuente: El Divisadero
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