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A propósito de su aniversario 175, el semanario inglés The Economist presentó hace muy poco lo que llamó «Un manifiesto para renovar el liberalismo». Su inquietud principal es que dicha corriente de pensamiento, a la que adhiere desde su fundación, estaría actualmente bajo ataque. Esto quiere decir que el orden social liberal que hoy predomina en buena parte del mundo, es decir, globalización, mercados libres y democracia, está siendo socavado gradualmente por una serie de «enemigos» que es necesario enfrentar. Desaparecidos ya los socialismos reales, con la Unión Soviética a la cabeza, los nuevos adversarios son los populismos y nacionalismos emergentes a raíz de los efectos de la gran crisis financiera de fines de la década pasada y de los fenómenos migratorios. Sin una ideología demasiado clara, estos «ismos» se manifiestan reticentes a la globalización, contrarios a la inmigración, partidarios de controlar mercados y con claros rasgos autoritarios. Tal vez el mayor problema es que han logrado acceder al poder en EE.UU., soporte histórico del liberalismo y principal economía del mundo.
Pero las amenazas al orden social liberal no vienen solo de ellos. También de quien como país ha sacado enormes ventajas de la globalización para colocarse hoy como la segunda economía mundial: China. En Occidente, y desde las reformas económicas de Deng y luego de su ingreso a la OMC, siempre se ha tenido la esperanza que más temprano que tarde China sea una economía de mercado sin la enorme presencia distorsionadora del Estado; y que, al mismo tiempo, su régimen político camine hacia una democracia abierta y respetuosa de los DD.HH. Sin embargo, nada de esto ha sucedido y, si cualquier cosa, el reciente cambio constitucional que permite la reelección indefinida de Xi Jinping es una involución preocupante.
No podemos dejar de mencionar al enemigo que llevamos dentro. Si hoy existe una mayor desafección con la democracia, desconfianza en las instituciones y resentimiento social en EE.UU. y Europa, es porque también las élites liberales (desde la centroderecha a la centroizquierda) no han sabido adaptar las políticas públicas del siglo pasado a las realidades del actual milenio, como los cambios demográficos y el incesante avance de la tecnología. El manifiesto de The Economist llama a esas élites a sacudirse la modorra y retomar una agenda reformista que permita salvar el orden social liberal y el camino al progreso de la humanidad que este ha traído.
A un nivel más concreto, por de pronto, hay que partir defendiendo el libre comercio y el multilateralismo, algo clave. Pero también hay que abocarse a preservar y abrir espacios a la competencia allí donde hoy parece acorralada: las industrias de servicios construidas a partir de las tecnologías y plataformas digitales. En torno a ellas no solo hay glamour , sino que también una gran concentración que explica, en parte, su alta valoración de mercado. De las siete corporaciones abiertas más grandes del mundo (por su valor bursátil), seis son del área TI, cinco de EE.UU. -Google, Apple, Microsoft, Amazon, Facebook- y una de China (Alibaba). En todas participan con entusiasmo los mayores fondos de inversión privados del planeta, como BlackRock y Vanguard. Aunque el auge de varias de ellas se explica por economías de redes y de escala, lo cierto es que la regulación antimonopolio debiera reformularse para contar con instrumentos efectivos que promuevan la competencia en la economía digital. No solo para bien de los consumidores, sino también con un ojo puesto en la defensa de la libertad de expresión y de la propia democracia.
La renovación del liberalismo es mucho más que una estrategia para enfrentar a populistas, nacionalistas, conservadores, capitalistas de Estado, autócratas, neomarxistas y otros. Parece más un imperativo para que la libertad, la dignidad y el progreso no se esfumen antes de que termine la primera mitad del siglo.
Fuente: El Mercurio
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